Siete entregas, siete, alcanza el “bueno” de Jigsaw con el estreno de “Saw VII 3D”, en lo que supone el salto al formato tridimensional de una de las sagas más exitosas y longevas del terror moderno. Su mérito no es pequeño, desde luego, convertida en una franquicia tan rentable como polémica aún tantos años después de su nacimiento, allá por 2004. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Demos un pequeño paseo por las aventuras de este retorcido adalid de la justicia más o menos poética que ha convertido a Tobin Bell en uno de los iconos más reconocibles del género del siglo XXI. Seguid leyendo si queréis jugar con el hombre del puzle…
En 2004 se estrenó “Saw”, dirigida por James Wan, también co-autor del guión junto a Leigh Whannell. Lo que proponía la historia era la retorcida venganza de un hombre desahuciado por el sistema sanitario yanqui (Tobin Bell), que aplicaría un baremo de lo más peculiar y sanguinario para recuperar, al menos, la dignidad que creía merecer antes de morir presa de una enfermedad terminal. Si bien en la mente de sus creadores se mantenía firme la idea de firmar varias entregas si la cosa funcionaba en taquilla, su éxito escapó a cualquier consideración previa: con un presupuesto ligeramente superior al millón de dólares, recaudó más de cien en todo el mundo; un look agresivo, con un montaje implacable y violencia explícita a granel, actores reconocibles por el aficionado (Danny Glover, Cary Elwes, Shawnee Smith…), un guión con un bravo giro final y, en definitiva, una invitación global a atragantarse con las palomitas, sentaron las bases del éxito.
Siguiendo una pauta que se mantiene a día de hoy, la primera secuela llegó casi exactamente un año después. El 28 de octubre de 2005 aterrizó en las salas americanas “Saw II”, esta vez con Darren Lynn Bousman tras las cámaras. Un agente de policía al que daba vida un sufrido Donnie Wahlberg andaba a la caza de un asesino que todavía era un misterio para el gran público. Pero ocho víctimas encerradas en una casa de pesadilla demostraban que este juego diabólico sería aún más rebuscado que en la primera película de la serie, un doloroso infierno que subrayaría las pautas del éxito: interiores opresivos, tormentos nacidos de una mala leche inimaginable y un tour de force visual que en apenas noventa minutos daba buena cuenta de prácticamente todo el que aparecía por la pantalla. Jigsaw establecía las pautas de su código de conducta, castigando a todo aquel que, según su criterio, había obrado en el pasado mal de un modo u otro. El palco gritaba y el club de fans del justiciero desquiciado crecía en todo el globo. La caja mundial rozó los 150 millones de dólares.
En 2006, “Saw III” asentó otra de las grandes bazas de la saga, la inmediata continuidad de los acontecimientos. Con Jigsaw (siempre Tobin Bell, por supuesto) con un pie en el otro barrio, con su ayudante (la alucinada Shawnee Smith) tratando de mantener con vida el master plan de su mentor, y con una polizonte, Kerry (Dina Meyer), intentando dilucidar qué demonios estaba pasando, el tercer capítulo subió en presupuesto ─diez millones de dólares─, en duración ─107 minutos─ y en recaudación global ─más de ciento sesenta millones─. La gallina de los huevos de oro seguía dando frutos, abrazando la epilepsia en el montaje como una de las herramientas desde las que disfrazar el delirio que se iba adueñando de la historia, llena de flashbacks dentro de flashbacks y enlazando acontecimientos y personajes en una propuesta que, si bien mantenía los índices de violencia y descerebre presupuestos, jugaba ─nunca mejor dicho─ a elevar la consideración del público mediante un guión casi culebronero. Con Whannell al guión y Lynn Bousman de nuevo tras la cámara, el invento seguía dando frutos…
La cabeza de Tobin Bell sobre una balanza anticipaba en 2007 que el puzle había perdido piezas ─el asesino y su ayudante estaban ya muertos─, pero eso no parecía un problema. “Saw IV” demostró una vez más que el género no conoce de límites, y un guión de Patrick Melton y Marcus Dunstan nos presentaba una historia en la que dos agentes del FBI (Scott Patterson y Athena Karkanis) trataban de resolver el último misterio dejado por el psicópata antes de abandonar este mundo. Lo tendrían crudo desde la inclusión de nuevos personajes como la exmujer de Jigsaw, Jill (Betsy Russell), y especialmente el detective Hoffman (Costas Mandylor), que se revelaría como el mejor alumno de asesino, aún hoy en activo. A estas alturas, parte del público ya se había aburrido de la serie, pero la fidelidad del incondicional del horror es, ya se sabe, infranqueable y a prueba de estómagos: ciento cuarenta millones de dólares en todo el mundo demostraban que aún quedaba cosas por decir en el futuro. Mientras, el padre de la saga, James Wan, probaba escasa suerte ese mismo año en solitario (“Sentencia de muerte”) y junto a Whanell, de nuevo (“Silencio desde el mal”). En ese momento, la criatura vivía con solvencia al margen de sus creadores.
Costas Mandylor, progresivamente orondo y dorado, mantendría vivo el legado de su mentor ─Tobin Bell tiene en Jigsaw el papel de su carrera, de eso no hay ninguna duda─ en “Saw V” (2008), una entrega más bien destinada a atar cabos sueltos ─buen recurso para mantener la inercia comercial de un sello que por entonces ya generaba más que pingües beneficios en términos de merchandising asociado─ en una película que bajo la dirección de David Hackl comenzaba a hacer aguas desde el guión, nuevamente, de Melton y Dunstan. Pero la verdad es que, sazonando el escaso metraje de brutalidades varias, la persecución a la que Hoffman era sometido por parte de un compañero del cuerpo, el agente Strahm (Scott Patterson, todavía vivo), se hacía más llevadera. Y el final incidía nuevamente en la idea fundacional de que la justicia, si se aplica con mala baba, potencia su ambigüedad cinematográfica. La recaudación bajó otro punto, hasta los 113 millones de dólares, pero con un presupuesto inferior a los once la cosa seguía pintando bien. Y entonces…
…el fantasma de la censura volvió a España. En 2009 estaba prevista la llegada de “Saw VI”, a la que los incondicionales acudirían con su habitual alegría y vociferante felicidad. Pero la intolerancia se hizo con el poder y, unos días antes del estreno, se oficializó la suspensión del desembarco de la película en nuestra cartelera debido, decían, a su exceso de violencia. Disney aparcó su distribución, que fue retomada curiosamente casi un año más tarde por DeAPlaneta, la casa que inició la franquicia en nuestro territorio. Un tanto mutilada ─injusticia poética…─, la copia que se pudo ver por aquí presentaba a Hoffman (Mandylor, cada vez más hinchado) acosado por la ley pero implacable a la hora de aplicar el legado de Jigsaw. Lo cierto es que este sexto capítulo queda como uno de los más bizarros, divertidos e ineludiblemente cafres de la franquicia, recuperando un tono de violencia y diversión catártica que había perdido en aventuras anteriores. La mano del montador Kevin Greutert, ahora encargado de la dirección, buscó aportar nuevos bríos que no se vieron recompensados en caja, con un total mundial que no llegó a alcanzar siquiera los setenta millones de dólares.
Pero no importa, porque la justicia del vengador muerto años atrás es infinita. Desde el pasado miércoles 16 de febrero de 2011, el asesino del puzle vuelve a la carga, y lo hace en tres dimensiones, además. Vuelve Tobin Bell, vuelve Costas Mandylor, incluso vuelve Cary Elwes casi una década después. Y lo que son las cosas, con Greutert nuevamente a los mandos, tiene muchas posibilidades de convertirse en la más exitosa de la familia, con más de 130 millones recaudados hasta el momento. El 3D, el morbo, todo suma; así, la octava entrega está prácticamente en marcha, una historia que, en principio, pretende cerrar la línea argumental iniciada con “Saw V”. Sea como fuere, lo que es indudable es que el terror, tan amante siempre de las grandes sagas, ha encontrado en Jigsaw al más potente de los integrantes del panteón de los horrores de esta nueva centuria. Y mientras siga empleando su peculiar concepto de justicia, sus seguidores seguirán acompañándole abrazados a un bol de palomitas.
Fuente: labutaca.net