El amor como esencia del mundo
El amor llega y no te das cuenta. Sara anhelaba con todo su ser que el amor llegara a su vida. Cada noche le pedía a la luna aquel deseo que tanto quería, lo pedía con todas sus fuerzas, porque ella sabía que una vida sin amor era como un cielo sin estrellas, como un mundo sin arte, como una mañana sin luz, como un alma sin ilusión. Sabía que el amor es la razón por la que existimos y si no tienes amor, la vida no tiene sentido.
Ella soñaba cada día con ese chico, aquel que le enseñara las estrellas del cielo, que le mostrara el arte del mundo, que le diera esa luz a sus despertares, en definitiva, aquel que le llenara de ilusión su alma.
Lo que Sara no sabía es que cada noche, la Luna, la escuchaba impresionada por esa fuerza y persistencia con la que aquella joven e ingenua niña suplicaba amor, pues el amor llegaría a su vida con la misma fuerza y persistencia que ella lo anhelaba.
Sara esperaba el amor, con la ilusión que un niño espera un regalo. Esperaba ese regalo de la luna, de la vida y sin saber que el amor había llegado, alguien le enseñó el cielo estrellado, le mostró el arte en el mundo, en las cosas y en las personas. se despertaba con aquella luz de las mañanas y sin saberlo, su alma estaba repleta de ilusión.
Para ella nada fue como había soñado, sí, el amor llegó, pero no como ella siempre había esperado. Aquel chico con el que soñaba no apareció, porque el amor llegó inesperadamente a través de Laura, aquella amiga que tantos sueños y confidencias compartía aquella que le demostró que ella también podía caer bajo el embrujo del amor, aquella que le mostró la magia de la vida, en las cosas, en las personas y sin saberlo la magia de las dos, del amor.
Pero Sara no quería ese amor, quería aquel con el que siempre había soñado, aquel que le habían indicado que debía de tener. Sara, aquella niña que había luchado tanto por lo que más creía en este mundo, renunció a ello, renunció por miedo, por miedo al rechazo, por miedo a los demás, por miedo a si misma y se olvidó de lo más importante en este mundo, anteponiendo lo más trivial, lo más banal a lo que ella creía, nada más que la esencia de la existencia, el amor.
La Luna le enseñó una buena lección a Sara, porque desde entonces sabe que en la vida no hay que dejarse llevar por los miedos ni por los demás, tan solo, luchar con todas tus fuerzas por lo que crees, pues solo ello te llenará el alma y el corazón de ilusión, de amor.
(Anónimo)